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Península de Kola. Viaje por agua y tierra a través de la Laponia más remota y olvidada. Por José Mijares

Esta vez lo complejo de la logística ha impedido que le acompañara el perro Lonchas. Pero José vuelve a realizar una mágica travesía por las remotas tierras de la Península de Kola, en Rusia.
Esta vez lo complejo de la logística ha impedido que le acompañara el perro Lonchas. Pero José vuelve a realizar una mágica travesía por las remotas tierras de la Península de Kola, en Rusia.

El packraft de José en el río Ponoi, península de Kola

Lo complejo de la logística ha impedido que en esta ocasión el perro Lonchas, uno de los personajes más queridos y carismáticos de www.barrabes.com, haya acompañado a José Mijares en una nueva solitaria travesía por la parte más remota de Laponia: la península de Kola, en Rusia.

Sin saber muy bien en donde se metía, debido a la absoluta falta de información, primero arrastrando su bici de montaña a través de pantanos y barrizales, con el packraft después -genial invento que ya conocemos, que se lleva en la mochila y nos permite atravesar la parte acuática del mundo cuando nos encontramos con ella- ha vuelto a realizar una preciosa travesía que finalizó de forma brusca, pero no por ello menos especial.

Aquí tenéis su relato.

José Mijares. www.josemijares.com

Recuerdos de un gran viaje

Hace tres años comencé en Murmansk un viaje invernal a través de las cuatro Laponias. Fueron 1.200km a través de la noche ártica, con la única compañía de mi inseparable compañero Lonchas. Aunque en esta ocasión nos hemos tenido que separar...Aquí tenéis las crónicas de aquella gran travesía:

https://www.barrabes.com/actualidad/noticias/2-7558/67-dias-1200km-despues-jose.html
https://www.barrabes.com/actualidad/noticias/2-7480/fin-noche-artica-jose-mijares.html
https://www.barrabes.com/actualidad/noticias/2-7438/jose-mijares-termina-1-parte.html
https://www.barrabes.com/actualidad/noticias/2-7343/90-dias-solo-noche-artica.html

Lo que más me gustó de aquel viaje por Kola fue la hospitalidad del pueblo ruso; era difícil avanzar por la carretera en bici y no ser invitado o agasajado en cada parada por los lugareños.

José Mijares, durante la Translaponia invernal

El inicio de la noche polar, la oscuridad y sus matices, la solitaria carretera que une Murmansk con Ivalo, fue una verdadera caja de sorpresas. Más acostumbrado como estoy a la hospitalidad en África o Sudamérica, aquel recibimiento en tierras Rusas me emocionó.

En bicicleta a través de la Laponia rusa invernal, durante la Translaponia

Muchos viajes, cortos y largos, han venido después de aquella Trans-Laponia, y el mapa de la península de Kola siempre ha estado presente, saltando de la mesa de la cocina a la de mi oficina, siempre visible, siempre llamándome. Muchas veces he abierto ese mapa y he soñado con un recorrido que se me resistía. No era capaz de trazar una línea lógica y coherente.

Al final acababa buscando en google "travesía en Kola”, “canoe in Kola peninsula “, lo que sea, ¡algo! y todo me llevaba a pescadores o fanáticos del 4X4.

La Península de Kola

Para poner en situación al lector he de decir que la península de Kola es algo así como una oreja que se descuelga de Escandinavia y que, haciendo frontera con Finlandia y Noruega, se parece más a Finlandia que a Noruega. 140.000 km2 de bosques de abetos, pinos y abedules, lagos, ríos y ciénagas pantanosas son el paisaje predominante, poca montaña. Sus ciudades y carreteras se sitúan en el margen oeste mientras hacia el este se abre una inmensa taiga que termina en el Mar Blanco. Allí sólo se llega en helicóptero o a través de tortuosas pistas, algunas de las cuales son solo transitables cuando el invierno congela esos pantanos, lagos y ríos.

Mi travesía debía ir de A a B pero, como dice mi mujer, para mi entre A y B caben muchas letras. Desde que hace un par de años tengo canoa y packraft, veo los mapas de otra manera. Los ríos y lagos se convierten en caminos, sobre todo con el packraft. Las posibilidades de adentrarse en el wilderness son casi tantas como puedas imaginar; una puerta abierta al mundo salvaje, autopistas de libertad.

Después de una infructuosa búsqueda de meses en internet y de no recibir apenas ayuda por parte de los pocos que podían ayudarme en la zona. (agencias locales de Kola, me refiero), y teniendo muy claro que a estas alturas de mi vida sólo me sirven los caminos que nacen de mi, rehuyendo las pistas balizadas, Kola se ha presentado como un verdadero desafío.

Pero al final vi una línea en medio de ese caos. Y esa línea tenia una belleza y una lógica aplastante. En resumen, quería llegar hasta las fuentes o casi fuentes del rio Ponoi, el más largo de Kola y bajarlo hasta el mar Blanco o, en su defecto, lo más que se pudiera bajar. Cuando inicie el viaje el 2 de septiembre aun tenía pendiente saber cómo salir desde el delta del rio Ponoi, pero no podía esperar a tener todas las respuestas para empezar el viaje.

En marcha

Desde Honningsvåg, mi casa junto a Nordkapp, fui hasta Murmansk con Sergei. Sergei se ocupa de llevar rusos de un lado a otro de la frontera, un tipo eficiente y que, por no mucho dinero, me llevó hasta Murmansk el 1 de septiembre y para colmo me alojó gratis en casa de su hermano. Al día siguiente acordé con él un traslado para que me dejara con la bici y mis dos mochilas en Oktyabrsky, de donde parte una solitaria pista de 100km hasta el rio Ponoi.

Así que el 2 de Septiembre partía montado en mi bici rumbo al Ponoi; ese tramo de 100km me costó 5 días y fue bastante solitario, sólo me encontré a cuatro personas.

La pista, con agua hasta el muslo

Al inicio, la pista “sólo” tenia inmensos baches llenos de agua turbia, puentes cutres sobre pequeños arroyos, ríos y muchos kms de pantanos donde me hundía hasta los muslos y en los que avanzar se convertía en una verdadera tortura. Además, los millones de mosquitos, que no esperaba encontrar, me hicieron una desagradable compañía; me sacaron literalmente la sangre.

En Laponia decimos que la semana 35 (finales de agosto) los mosquitos se van, y así es al menos en Noruega, Finlandia y Suecia. Pero en estos bosques y pantanos húmedos de Kola su acoso era desquiciante. Y además hacia calor.

Comido por los mosquitos

Otro compañero invisible de ruta fue el oso. No vi ninguno, pero todos los días sin excepción vi huellas frescas de distintos ejemplares que iban por la misma pista que yo, bajaban a los ríos que yo debía cruzar y en general se alimentaban y vivían donde yo acampaba. Por supuesto no llevaba nada para repeler estos animales, porque ingresar en Rusia con mi revolver de bengalas o rifle no es cosa fácil, y a fin de cuentas el bosque está lleno de comida. Bayas y setas por todas partes dan alimento suficiente a los osos; otra cosa es que decidan cambiar la dieta a última hora…

Huellas de oso en el camino

Huellas frescas de oso

La pista en cuestión no tiene carteles, ni indicaciones, ni pueblos, ni casas habitadas, pero si infinidad de desvíos que en alguna ocasión me hicieron estar más perdido que Manolín. Por eso tardé 5 días en recorrer 100km.

Un suplicio arrastrar la bici y pedalear por estos lodazales

Echaba de menos a mi fiel escudero Lonchas pero este viaje, con toda su dificultad logística, no era buen lugar para él, así que esta vez estaba sólo de verdad, sólo con mis circunstancias ,como dice Ortega. El cuarto día al mediodía llegué al río Paunuon (o algo así entiendo en mi mapa ruso...) y pasé el resto del día descansando en su orilla, organizando equipo y despidiéndome de mi bici. Sabia desde el inicio que debería quedarse allí, así que no me dio demasiada pena; era una bici vieja y barata, la más barata de la tienda. Supongo que ahora estará en casa de algún cazador ruso y alguien estará sacando provecho de ella.

En el Packraft. La parte acuática del viaje. Mágicas rutinas

Como a Ismael en Moby Dick, también a mí me llegó el momento de ver “la parte acuática del mundo”. Así que el quinto día temprano hinché el packraft y me subí al río. ¡¡¡Qué alegría!!! Apenas cabía de ancho en ese arroyuelo y los remos chocaban con las paredes, pero avanzaba a 5 km/hora por un paisaje que era como el jardín del Edén. El río “Paunuon” entró en el Ponoi, el más largo de Kola, y meandro tras meandro por un paisaje frondoso y selvático, sin apenas rápidos, avanzaba muchísimo más fácil y sencillo que montado en la bici.

Llegó a la parte acuática de la tierra. En este punto hinché mi packraft y me dispuse a navegar

¡¡¡Qué felicidad!!! Los salmones saltaban por todas partes. El rio Ponoi presume de ser el rio con las mayores capturas de salmón atlántico del mundo, y aunque me faltaban días para empezar a ver los campamentos de pescadores, sentía enorme curiosidad.

Diez horas de remo y buscar un buen lugar de campamento en la orilla era mi rutina diaria en el río. Esa rutina maravillosa que nace de las largas estancias nómadas en la naturaleza, y que tan bien describió Paolo Rabbia en el reportaje que publicó en Barrabes al finalizar su Transpirenaica invernal en solitario con esquís:

“Al cabo de los días, todas mis rutinas habituales, las de hombre regido por los hábitos -todos lo somos en casa- se convierten en superfluas. Entonces los días se simplifican, y todo se reduce a 4 cosas esenciales: levantarse, comer, salir, y tratar de alcanzar un lugar para pasar la noche. Esto te hace sentir verdaderamente libre.

Y al final, te hace sentir cercano a la naturaleza que te rodea.“

Fluyendo en el río

Encender un fuego y cocinar disfrutando del paisaje era un sueño. Este viaje estrenaba un traje seco, así que llegar al campamento seco y salir seco al día siguiente era un placer desconocido para mí; aun recordaba la humedad y el frío de mi último viaje de packraft. Que buena compra! Y que buen amigo mío se me hizo el traje amarillo.

Campamento

Kola11

Tres días río abajo llegué al pueblo de Krasnoschelye. Estaba deseoso de ver qué se cocina en ese lugar. Llegué a mediodía y busqué a alguien que pudiera procurarme alojamiento; me costó 10 minutos de reloj encontrar un “ángel de la guarda” llamado Yura, que no sólo me dio alojamiento sino que me hizo de guía por el pueblo y además me explicó cómo salir del Mar Blanco. Me mostró sobre el mapa todos los pueblos, más bien aldeas, desde donde hay transporte de helicóptero.

Yo no hablo una sola palabra en ruso y allí no encontré a nadie que hablara otro idioma aparte del ruso, así que “helicóptero” era ta-ta-ta-ta y gesto de hélice con la mano, “barco” era ruido de sirena y un calendario ayudaba a poner fechas. En fin , dos tíos hechos y derechos hablando como niños...

Mi habitación en Krasnoschelye

Krasnoschelye

En el súper de Krasnoschelye

Decidí quedarme un día extra en Krasnoschelye descansando y viendo un pueblo anclado en el tiempo. Un pueblo de una Laponia que ya no existe salvo en la península de Kola. Pensamos en Laponia e imaginamos casitas de colores, paisajes limpios y gente que vive bien. Pero Kola tiene sobre todo miseria, restos horrorosos de ciudades soviéticas, fábricas de metales pesados que contaminan cientos de kms alrededor y una esperanza de vida que parece sacada de las estadísticas de la época de Conan Doyle. Pero el calor humano y la hospitalidad en esta parte remota de Laponia es impresionante y la gente te da lo que tiene y mucho más. Solo puedo sentir agradecimiento por la gente con la que me he encontrado.

Yura me acompañó hasta el río y nos despedimos con un abrazo, no sin antes pedirme que le llamara desde casa para contarle el desenlace de mi aventura. Tocaba el packrfat con la yema de los dedos y movía la cabeza con gesto de incredulidad, asomando una risa de sorpresa, como de niño.

Ese día que salí de Krasnoschelye llegué hasta una granja. Si Krasnoschelye me parecía anclada en el siglo XIX, la granja era un fiel escenario de Tolstoi. Vi una cabaña que parecía ser un refugio de fortuna y así lo confirmé con la mujer de la granja. Pasé la noche bajo techo y por la mañana temprano salí rumbo a un lago donde el Ponoi entra y sale, un lago difícil de de navegar por la cantidad de plantas que lo invaden y por su poca profundidad, pero morada también de cientos de cisnes cantores.

Cisne volando

Cisnes en el lago

Ese maravilloso espectáculo de fauna compensó con creces las penurias del avance por el enrevesado laberinto de cañas bajas, plantas y aguas poco profundas. En un par de horas encontré la salida por el sur y regresé a un Ponoi más ancho y fuerte; aquí el río ya tenía 150m de ancho. Ahora la dificultad era encontrar buenas zonas de campamento porque las orillas eran, o bien bosques selváticos, o directamente pantanos. Así que debía poner la tienda en las playas de arena que a menudo encontraba. Lugares fascinantes que no dejaba de mirar con asombro.

Las plantas invaden el lago

Campamento en la playa del río

Pronto llegaría a los campamentos de los pescadores. Pero antes tuve 3 días más de mágica rutina nómada, en los que no hay anécdotas que contar en un reportaje, pero plenos y hermosos. Seguía río abajo deslizándome con él, parando en sus orillas, disfrutando de los atardeceres en las playas en donde dormía, ya plenamente integrado con el tiempo nómada de la existencia sencilla. Quizás estas serenas imágenes sirvan para hacerse una idea de ese fluir por el río.

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Campamentos de pescadores

Tras estos dulces días fluyendo en el río, llegué al primer campamento de pescadores, un alojamiento en construcción donde me dieron posada y comida por un precio muy razonable. En medio de unas cabañas había una, llamémosla, “pista de helicóptero“, pero ningún cliente. El que parecía el encargado y su mujer eran gente amable pero, aparte de los sonidos onomatopéyicos y los gestos, mi comunicación seguía siendo muy primitiva.

Kanevska

Dos días más tarde llegué hasta el segundo y último pueblo de del río, Kanevska. El lugar no me gustó tanto como Krasnoschelye, ni vi que fueran a darme demasiado cuartel, así que después de unas pocas fotos segui río abajo y me encontré el campamento de pescadores más grande hasta el momento, Acha Camp.

Llegué poco antes de la hora de comer y el encargado, Maxim, no sólo me ofreció un lugar donde dormir sino que me sentaron a la mesa para comer, me invitaron a la sauna que compartí con todos los guías de pesca y que fue el descojono, después a cenar y a continuación vendrían los vodkas y la charla con la cocinera, que hablaba noruego.

¡Qué bien poder comunicarme por fin en un idioma verbal y no a base de gestos! Olga me contó muchísimas cosas, y confirmó la escasa información que yo tenia, y que me preocupaba a medida que avanzaba rumbo al delta del Mar Blanco.

Acha Camp

Acha Camp. En mi cabaña

Saliendo de Acha Camp entraba en terreno de campamentos de pescadores de la Ponoi River Company. Los campamentos que había encontrado hasta ahora eran una broma comparado con lo que me esperaba en breve. Una mega compañía que tiene exclusivos clientes adinerados, que llegan en helicóptero directo desde Murmansk y que pagan lo que les pidan por una semana de exclusividad, lujo y pesca. Esta compañía tiene acotado 70km de río y son casi propietarios de todo lo que en él se mueve.

Un final anticipado. Helitransportado

Un par de horas después de salir de Acha una lancha salió a mi paso desde atrás y me dieron el alto. La lancha verde con la palabra “Security” en la borda y un par de tíos grandes uniformados, no dejaba espacio a dudas; nombre, apellido, permiso, etc.

A través del satelital llamaron a la oficina de Murmansk, a la de Moscu y finalmente al campamento de Ryabaga 40 km río abajo. Me subieron a la lancha y me llevaron a su campamento, estratégicamente instalado en un afluente con inmejorables vistas sobre el Ponoi.

Los de seguridad hablando con sus jefes

En la lancha de los de seguridad

Campamento en el Ponoi

Campamento en el Ponoi 2

“Retenido” podría ser la palabra aunque no dejaron de ser amables y hospitalarios en ningún momento y allí estuve 5 horas esperando que llegara el manager de la Ponoi River Co en Ryabaga Camp, quien se presentó a buscarme en un hovercraft; parecía una película de James Bond.

En el Hovercraft

El manager resultó ser un argentino simpático que me expuso las cosas de manera muy clara, queriendo ayudar en todo momento pero dejando claro que sus muy exclusivos clientes y yo éramos incompatibles y que no me dejarían pasar. Se ofreció a llevarme a Ryabaga en el hovercraft, alojarme, darme de cenar, desayunar y sacarme en helicóptero al día siguiente hasta Lovozero, capital de Laponia rusa y a 90m de vuelo en un Mi8. Y todo sin costos. El manager decia: “Si fuera otro periodo del año…. pero esta semana es premiun, tenemos clientes vips, etc.“

Lo dicho, o volvía rio arriba por mis medios o me iba volando, nunca mejor dicho.

El Mar Blanco desde allí sólo está a 50 km y tenía ganas de llegar y sobre todo de buscar una salida aún más alucinante que el mismo viaje de bici y packraft, pero las cosas estaban muy claras y sabía desde que inicié el viaje que pasar Ryabaga iba a ser tarea difícil. Acepté mi destino y satisfecho con lo realizado pensé que no era mal final.

Joaquin, el argentino, me dijo muchas cosas sobre esa parte de Kola y resolvió muchas dudas que yo tenia acerca de la costa del Mar Blanco. En Ryabaga él estaba muy ocupado con sus clientes y apenas hablamos después de bajar del hovercraft, (¡¡que viaje mas increíble, por cierto!!

Ryabaga

A pesar de no poder pasar, le estoy agradecido por su hospitalidad y entiendo que en algunos lugares del planeta el mundo tiene dueño, aunque nos cueste admitirlo o no entre en nuestra lógica.

El viaje en helicóptero hasta Lovozero lo compartí con los trabajadores de la Ponoi River CO, y fue una de esas inolvidables experiencias que siempre recordaré.

Cargando el helicóptero

En el helicóptero

Desde el helicóptero

Desde el helicóptero 2

Epílogo. Una Laponia que ya no existe.

Kola ha supuesto un verdadero descubrimiento, no imaginaba que una parte de Laponia fuera tan remota, tan salvajemente desconocida, ni tan olvidada.

Kola es la última oportunidad de conocer una Laponia que ya no existe.

Tags: ártico

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